Por Agustín Pérez, director de Ágora Social
Cuando tenemos éxito en la captación de fondos podemos pensar que en buena parte se debe a un feliz acontecimiento que nos ha favorecido o a una persona que se ha cruzado en nuestro camino y ha resultado importante en el resultado.
De la misma manera, podemos sacudirnos la responsabilidad de un fracaso achacándolo a la mala suerte de que se haya producido un evento imprevisto.
Así que podemos atribuir los resultados, al menos en parte, a los caprichos del azar. A una causa incidental que ha interferido en el curso de nuestra acción deliberada.
Yo pienso que, como dijo Emily Dickinson: “La buena suerte no es casual, es producto del trabajo; la sonrisa de la fortuna tiene que ganarse a pulso”.
Desde luego, no creo que existan los suertudos innatos como tampoco los gafes. Y eso que tengo una amiga que parece atraer para sí todos los males.
En realidad, como muestran los estudios del psicólogo británico Richard Wiseman, la suerte es un resultante de un estado de ánimo y de una manera de pensar y de actuar que se apoya en cuatro principios que debería cultivar todo fundraiser, si es que no forman parte de su personalidad.
Abrirse a nuevas experiencias
Si te obsesiona tener todo bajo control y no quieres apartarte de lo conocido, te perderás muchas oportunidades.
Las personas con suerte saben extraer el mayor partido de las ocasiones fortuitas que se les presentan. Tienen un gran sentido de la oportunidad. Captan al vuelo lo que tienen que hacer en función de los acontecimientos.
Recuerdo el caso de la directora de una fundación que bregó mucho por hacerla crecer desde sus inicios. Me contó cómo asistió a una obra de teatro a la que vio un posible vínculo con su labor social y, decidida como era, tuvo el atrevimiento de dirigirse al camerino de los actores al terminar la función para pedirles que hicieran una a beneficio de su fundación. Ella lo llamaba “echarle cara”. Yo diría que lo más importante aquí no es tanto superar la vergüenza de pedir de esa manera, sino la de ser una gran oportunista, en el buen sentido de la palabra.
Seguir tus corazonadas
Otra característica es que escuchan y se fían de sus intuiciones. No vacilan en tomar decisiones guiándose por esa susurrante voz interior.
La intuición es una facultad menospreciada por quienes entronizan la racionalidad. Sin embargo, no hay que olvidar que la intuición es un tipo de razonamiento, solo que inconsciente e instantáneo. Yo diría que es aún más fiable que el razonamiento consciente, ya que en este es más fácil que nos dejemos influir por sesgos cognitivos que nos conducen al autoengaño.
Transformar lo negativo en positivo
También se distinguen por su visión positiva de la vida, que les impulsa a marcarse objetivos ambiciosos incluso cuando estiman que tienen pocas probabilidades de alcanzarlos. Relativizan sus fracasos y tratan de sacar lecciones de ellos. No se dejan arrastrar por el fatalismo. Siempre ven la botella medio llena. Tienen entusiasmo de sobra. Ello les ayuda a ser perseverantes a pesar de los tropiezos.
Siempre se ha dicho que para dedicarse a la captación de fondos hay que tener una elevada resistencia a la frustración. Esto es especialmente verdadero cuando trabajas en facetas de esta actividad que dependen de tu capacidad persuasiva a corta distancia, como la búsqueda de colaboraciones empresariales o de grandes mecenas. La capacidad para mantener la moral alta a pesar de recibir muchas negativas es crucial. Así como la capacidad para aprender algo de cada fracaso.
Confiar en el futuro
El optimismo es el cuarto rasgo que atrae la suerte. No se trata tanto de tener siempre un ingenuo pronóstico de que todo va a ir a mejor, incluso cuando los datos apuntan a lo contrario. Se trata de la confianza en uno mismo para extraer lo mejor incluso de una mala situación.
Y también mantener la esperanza, para no desfallecer, de que las cosas pueden ir mejor, ya que todo cambia. La vida nos demuestra constantemente cómo los acontecimientos felices suceden a los desgraciados cuando menos te lo esperas.
Tengo otra amiga que se niega a reconocer que es pesimista. Dice que es realista. En mi opinión, el pesimista no es necesariamente más realista que el optimista. Un optimismo inteligente permite ver la realidad y reconocer en ella aquello que no funciona. Lo que lo distingue es que la afronta con una actitud proactiva para mejorar la situación.
Tener buenas conexiones sociales
A los principios enunciados por Wiseman, añadiría este otro. Muchas veces la suerte se nos presenta como la aparición providencial de una persona que nos proporciona una ayuda clave para cumplir nuestro propósito. Sin embargo, no creo que se trate de ángeles disfrazados de humanos, sino frutos de una paciente siembra de relaciones.
Las personas más suertudas saben construir una sólida red de relaciones caracterizadas por un interés sincero por los demás y que mantienen vivas de forma duradera. Se preocupan tanto de las necesidades de los demás como de las propias. Así que tienen más capacidad para aprovechar estos lazos, ya sea de forma premeditada o inesperada.
La suerte existe, sí. Pero solo cabe atribuir al azar una décima parte del resultado. El 90% depende de cómo nos tomemos lo que sucede. La suerte pertenece a los optimistas y a los que han creado las condiciones necesarias para atraparla cuando nos sobrevuela.
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